El empresario Carlos Mattos ha dado siempre de qué hablar en Colombia. Cuando empezó a brillar con su fortuna hace mas de 30 años comenzaron los rumores y las especulaciones porque ya es famosa la frase en Colombia según la cual lo primero que surge antes que la admiración es la envidia, cuando no la codicia. Con el tiempo cuando ya la presencia del magnate se hacia notoria y contrastaba por defecto con lo que inicialmente suponían los mas suspicaces, se volvió un prohombre respetable y las familias y los personajes mas prestantes querían contarlo entre sus amigos. Nadie desaprovechaba la oportunidad para resaltar que era sus amigo.
Este hombre que nació en Codazzi, Cesar, donde su papá, José Bolívar Mattos Lacouture y su tío, Carlos Enrique, eran reconocidos como tradicionales terratenientes con grandes cultivos algodoneros y extensas tierras ganaderas, fueron siempre objetivos de la guerrilla ya fuera con la modalidad del boletéo, el robo de ganado, el acosos a los mayordomos y hasta la amenaza permanente de secuestro a él o a uno de sus familiares.
Su grupo familiar siempre sufrió por las consecuencias de ser adinerados en una zona de pobreza y violencia guerrillera. Se hizo particularmente famoso en 1992 cuando emprendió con audacia la idea de traer carros coreanos. Cuando nadie daba un peso por la industria automotriz de Korea y al contrario le auguraban fracaso total por atreverse a embarcarse en la idea de traer automóviles que para le época parecían producto de una especie de piratería mundial. Sin embargo su tesón y su convicción lo hicieron pensar en la necesidad de generar una cultura en el consumidor para que soñara con tener carro de bajo precio pero con diseño europeo. La clase media quería en esos momentos una perspectiva diferente para adquirir un carro popular que no fuera el Simca o al Renault 4, que ya empezaban a verse como el carro de los pobres.Durante casi 30 años la familia Mattos vivió las mieles de compartir con las más prestigiosas familias colombianas e incluso uno de sus hermanos incursionó en la política. En ese entonces ser el representante de Hyundai en Colombia y ser el más exitoso importador de carros era un completo cache. No quitaba méritos que fuera coreano, o como más recientemente importador de carros chinos, con su empresa Cinascar. De un tiempo para acá es un protagonista frecuente de las páginas sociales y los medios faranduleros donde se le resalta constantemente sus fama de filántropo.
Carlos Mattos se graduó en Medellín en el colegio Jorge Robledo en 1975, curiosamente el mismo donde estudio el ex presidente Álvaro Uribe. Cursó Ingenieria industrial en Industrial Management en Lowell University y terminó una maestría en administración de empresas (MBA) en Babson College, en Estados Unidos. No ha ahorrado esfuerzos para aprender y adquirir títulos posuniversitarios como el que cursó en Harvard University, Boston, USA con grado de Master en OPM (Ownership-President-Management en 1990, además adquirió en 1989 en la Universidad de Pensilvania, Filadelfia el titulo de Análisis de Inversión en Bienes Raices.
Después cuando regresó montó varios negocios, pero el que lo convirtió en poderoso empresario fue el de los carros Hyundai. Mateos aprovechó la coyuntura de la apertura de los años noventa y el auge de las marcas coreanas que lo convertiría en un poderoso importador del sector automotor. En 1992 trajo los primeros Hyundai y rápidamente logró posicionar la marca en el mercado. Recientemente Mattos ha reforzado su poder como activista principal en defensa del TLC con Corea. Su crecimiento como empresario lo ha hecho merecedor de la medalla nacional de Fenalco en 2006 y ha sido condecorado por el Senado.
Fue nombrado miembro de la Junta Directiva de Babson College y se da el lujo de haber empleado hasta 3.500 personas. Ha contribuido con la Universidad de Antioquia en su política de acercamiento de gobierno, Universidad y empresa por lo que obtuvo el diploma como expositor en “Cuenca del Pacifico con Enfasis en China”. Mattos ha generado parte de su leyenda con aportes como el que le hizo a la Catedral de Cartagena cuya restauración superó los 600 millones de pesos para lo cual contrató cientos de empleos que hicieron este trabajo. De su trayectoria se hablado de su transparencia, honestidad y perseverancia en el trabajo, lo que le ha valido innumerables reconocimientos como el premio a la “Excelencia en liderazgo” en febrero de 2009 en Washington, entregado por el Consejo Económico Interamericano.